Días contados

Publicado por Christian , domingo, 27 de junio de 2010 17:42



El quinto día de un día cualquiera, un individuo carcomido por sus penas entró a un edificio con una mirada perdida, cabizbaja y penetrante. Su rostro estaba desmejorado como cuando pierdes algo muy importante, pero no quieres aceptarlo; parecía estar un poco desubicado, parecía que había perdido la razón. Poco tiempo después, este mismo hombre se encontraba en el décimo-cuarto piso del edificio donde vivía, me intrigaba entender que hacía ahí. Subí rápidamente las escaleras y lo observé de cerca, vi su silueta, vi la expresión decadente de su rostro, vi su tristeza y frustración reflejada en sus labios, en el parpadear de sus ojos: era Daniel, la persona que estaba felizmente casada con la mujer que amaba, era, finalmente, el eslabón de una cadena que tenía que romperse. Seguía observándolo y me di cuenta que al fin había decidido aventarse, pero como si algo divino lo hubiera iluminado, esta persona retrocedió, dudó, se aletargo y cuando había decidido finalmente arrojarse, bajó cuidadosamente del borde del edificio, pero alguien lo empujó por lo que cayó de cabeza y reventó como un globo de agua al caer contra el sucio pavimento. Era triste la situación, la tragedia me consumía, me hacía pensar en como alguien puede decidir por “x motivos” quitarle la vida a alguien. En verdad, ¿qué culpa tenía él de los enojos de otros?, ¿qué culpa tenía él de ser el esposo de Jimena? A pesar de eso, no me importaba mucho lo que estaba pasando, solo me fastidiaba el hecho de que esta persona sea el individuo con el que trabajé durante dos años de mi vida: mi mejor amigo, Daniel.

Día uno. Todo comenzó cuando conocí a Jimena, la esposa de Daniel, justo cuando mi mejor amigo cumplía veinte años. Él me invitó insistentemente a su departamento para pasar una tranquila noche llena de carcajadas, tragos y algunos bocaditos, a lo que acepté la invitación. El departamento del décimo piso era el lugar del encuentro, era donde casualmente me iba a involucrar con la persona que menos me imaginé: la agraciada esposa de mi mejor amigo. Era la primera vez que iba al departamento y recordé que alguna vez me había comentado que vivía con su esposa. Nunca tomé importancia a esa situación, hasta que conocí Jimena y me dejé seducir por sus excitantes curvas, por sus fastuosos ojos verdes, por su brillante cabellera rubia, por su inusitada sonrisa. Era perfecta. Las ganas de que pasara algo entre nosotros me carcomía suavemente el pensamiento. La oportunidad se dio, yo y ella en la cocina, mientras que Daniel iba a comprar un par de cervezas. Ella me repasó con la mirada, me sedujo, no tuve opción, la deseaba, sabía que tenía que hacer y cuando se me acercó me dijo: entiendo que es lo que quieres, hace rato que me observas con esa afanosa mirada. Yo me puse rojo, nervioso, no sabía que hacer y cuando ella quería sentir sus labios en los míos la cogí de la quijada. Ella pensó que la iba a delatar con Daniel, que se había confundido y había creído que yo quería algo. No tenía toda la razón, acerqué su deliciosa boca y la deslicé dócilmente contra la mía durante los cuatro minutos más largos de mi vida. Que magnífica sensación.
Luego empecé a frecuentar más seguido la casa de Daniel, como quien lo visita, pero terminaba seduciendo y enredándome con la esposa. Era tanta la frecuencia con la que visitaba su departamento que empecé a ir sin que él estuviese, es más, él sabía que a veces visitaba su casa antes de que él llegara, pero no sabía que ya había comenzando a revolcarme con Jimena.

Día dos. Después de muchos encuentros, había algo que me incomodaba: algunas veces cuando me revolcaba con ella sentía que alguien nos miraba. Era raro, pero sentía que no era el único que visitaba el departamento de Daniel, cuando él no estaba. Estaba alucinando seguro, pues eran tan intensos los momentos que pasaba con ella que el goce y excitación del momento no hacía que piense adecuadamente. A pesar de eso, no me preocupaba nada, sabía a la perfección el horario de Daniel y sabía que días podía llegar temprano.

Día tres. El tiempo pasó y no dejaba de ir a buscarla para desencadenar nuestros instintos e impulsos carnales más intensos, todo era una aventura para mí, día tras día las cosas se iban poniendo mucho mejor, hasta que pasó algo que no pensé que me pudiera pasar: me enamoré intensamente. No entendía porqué. Era como si ella me hubiera enamorado a propósito, era como si supiera como llegar a mí, me gustaba. Ella constantemente me decía que quería deshacerse de Daniel, que quería dejarlo pero no podía. Yo no le tomaba importancia. Ese mismo día se me pasó la hora y sentí, nuevamente, que alguien nos observaba, revisaba rápidamente con mi mirada el lugar, pero no había nadie.

El cuarto día, un día antes que Daniel compré un boleto directo al cielo, recordé todas las promesas, todos los momentos con Jimena y sin más remedio manipulé a Daniel, pues sabía que tenía una personalidad vulnerable, frágil e insegura. Lo que yo quería era alejarlo de su esposa, incluso pensé en matarlo. No era una mala idea, pero no me atrevía. Además, no era para tanto, ¿en que diablos estaba pesando? Entonces repasé muchas posibilidades, pero no tenía la excusa ideal. Hasta que se me ocurrió algo: si lo convencía de que ella le era infiel y que por mucho tiempo lo engañaba, sabía que no iba a acometer contra su esposa ni preguntar, sino que simplemente se iba a apartar y, si coincidía con mi lógica, yo me iba a quedar con ella. Para lograr esto, sembré sospechas en Daniel, convencí a Daniel de que valla un día de trabajo a su casa inesperadamente (cosa que jamás hacía) y que revise sin aviso el cuarto donde dormía. Le dije que esa mujer no valía la pena y que una vez había intentado seducirme. Le dije que no tenía por qué soportar esto y que lo mejor era dejarlo ahí, pues, por último, no tenía hijos y podía irse de la ciudad y vivir en otro lugar. Le dije que pensara bien las cosas y que buscara otra mujer, le dije finalmente todo, todo, menos que yo era el causante de todas sus penas. Daniel, confiado en mis palabras y en la gran amistad que teníamos, me hizo caso.

El quinto día, Daniel no era el mismo, pensé que iba a renunciar, despedirse de todos, hacer sus maletas y escapar despavorido de su amarga desaventura, pero no fue así, pues subió sin motivo alguno al décimo-cuarto piso. Pensé que iba a suicidarse, era perfecto, pero al seguirlo lo vi dudar y regresar. Esto no se podía quedar así, tenía que terminar de alguna manera con lo que él había comenzado --el momento era perfecto para terminar la historia--, tenía que haber alguien muy deseoso de que desapareciese para culminar con lo que él no había terminado. De esta manera, era obvio que yo era el individuo que lo empujó y terminó con la historia.

El sexto día, el funeral ya había empezado, llegue un poco tarde, las flores yacían por todas partes, estaba ansioso por ver a Jimena. Miraba el triste traje negro de todos los presentes y solo pensaba en consolarla después de su terrible pérdida y acogerla con mis apasionadas garras y hacerla mía, pero para siempre. Decidí verla más tarde porque todos estaban dándole el pésame y la circunstancia no era la apropiada. La tarde llegó, era precisa la visita, me arreglé bien para ir a verla y compré un vino dulce como para calmar las penas y hacer de esa noche perfecta. Llegué, quise sorprenderla, y antes de llegar al departamento la encontré con otro individuo que me había adelantado y hace mucho tiempo: era el personaje que me espiaba cuando estaba con Jimena aquellos días, un cretino que me había atrasado de seguro, el desgraciado que terminó levantándose a la esposa de Daniel y, finalmente, el más inteligente: supo hacerla el maldito.
Se me rompió el corazón, me lo merecía, era obvio, todo había sido muy rápido, muy fácil. Jimena se me había regalado como a muchos de seguro, pensé que era especial para ella y que por eso lo había hecho, pero no. No entendí nada ese día, nada de lo que había hecho ahora tenía sentido, solo un sentimiento me agobiaba el corazón y me hacía pensar en lo estúpido que había sido. Esto no se podía quedar así. No ganaba nada si pedía alguna explicación y solo atiné a decir algo ese día y terminar con la historia: Te extraño Daniel, mi mejor amigo.

Historias de una moto

Publicado por Christian , martes, 15 de junio de 2010 18:58

Cruel destino

Recuerdo aquella vez, aquella foto, cuando tenía mi tan preciada motocicleta que, por cierto, me había costado tanto conseguir, que me había sacado de tantos apuros, que se había convertido en una amiga para mí. Me la habían robado tan abruptamente que parecía que se había ido por su propia voluntad. Me generaba melancolía verla. Era mi moto, mi esfuerzo, mi tiempo, mi dedicación, era el más bello objeto con el que podía pasar las mañanas más candentes, las tardes más insensibles y las noches más despobladas. Siempre que no tenía nada que hacer ella estaba ahí, tan dispuesta a que me suba en su posaderas que parecía que se acercaba a mí para empezar los más largos viajes. Era como una amiga incondicional que te invita a compartir su tiempo, como una amiga a la que puedes contarle todos tus problemas y no titubea, no se aburre, solo te escucha y sigue la dirección de tus palabras, sigue sin descanso el trayecto del camino. Tenía un color azul marino, tan azul que se podía confundir con el azul del cielo, tenía unas franjas rojas y blancas como símbolo y tributo a la nacionalidad de su dueño, tenía unas llantas tan redondas como la pelota más nueva de fútbol y tan ligeras como un papel un poco arrugado que se desliza con el pasar del viento. Así era mi moto, era la culminación de todos mis deseos, era la amiga que jamás quise olvidar, era la única que jamás iba a olvidar. El destino es injusto, es cruel, te quita salvajemente lo que más quieres, lo que más felicidad te puede causar. Como extraño esos tiempos, esos momentos vividos.






Intrínsicamente unidos

Cada vez que subía a la moto era como si ella se convirtiera en una extensión de mi cuerpo, era como si me convirtiera en uno con ella y esto sucedía porque, cada vez, me volvía más dependiente de ella. Era como un amigo incondicional, un objeto que no me hacía más que pensar en ser con él: fuerte, poderoso y veloz. Mi personalidad cambiaba, me absorbía la idea de convertirme en una máquina que no tuviera control, en una máquina que podía ser casi humana, con tan solo manejarla. Cada ruta, cada camino, cada calle me invitaban a mostrar mis nuevas habilidades, mis destellantes virtudes convertidas en un desenfreno de adrenalina casi burbujeante, a punto de explotar. Las sensaciones no eran las mismas, todos los caminos me hacían sentir diferentes emociones, cada sacudida me convencía más de lo ligado que podía estar con este objeto. A pesar de eso, sabía que no podía estar todo el día en este sueño, en esta alucinación, sabía que tenía, de vez en cuando, sentar cabeza y palpar con mis propias manos la realidad. Los años pasaron y como cualquiera uno tiende a cambiar. Esta foto no es mas que un recuerdo de cómo me sentía, de cómo era, de lo ligado que me sentía con uno de los objetos que más cariño aísle. Hoy manejo una bicicleta, no se siente lo mismo, pero, poco a poco, me desligo más del poder que me transmitía la motocicleta y hago que mi propia potencia, mi propia velocidad, mi propio cuerpo obtenga su complemento con sus propias habilidades.

Un día cualquiera en un mercado cualquiera

Publicado por Christian 18:47


Mi vida es ordinaria, cotidiana, tan normal que ya me acostumbre a rondar todas las mañanas por el mercado a buscar un poco de comida. Estoy solo en este mundo, tan solo como un pez en una pecera y eso que el pez tiene, por lo menos, a su dueño yo no tengo nadie que me cuide. No tengo ni voz ni voto en ningún lado, tengo mucha hambre y vivo para comer las sobras que caen de los trozos desmenuzados que salen volando por cada machetazo que asestan los carniceros del mercado. Que vida la mía, que miseria la que pasamos los que no tenemos dueño, los que no tenemos nadie que nos cuide, los que simplemente deambulamos en un mundo en el que no somos mas que una bola de pelo.
Cada día estoy más sucio como si la cochinada se me pegara y no quisiera quedarse sola, sin dueño; cada día estoy más flaco y es que cada día las cosas se ponen más difíciles, no soy el único que no tiene dueño y como si fuera poco me botan a patadas de todos los lugares a los que quiero entrar. Hoy vi un perro doméstico, me dio mucha envidia, estaba tan gordo que sus patas apenas podían sostenerlo, tan limpio que brillaba con tan solo posarse frente al sol y estaba tan seguro con su dueño que no le preocupaba nada. La idea me gustó, no quería tener una vida tan ruin, tan denigrante, tan perra. Recogí mi cola y decidí ir a robar un pedazo de carne al carnicero, fui tan ágil y preciso que nadie se dio cuenta, solo un muchacho que estaba mirándome hace más de una hora, pero, al parecer, a él no le importaba. Él creo que entendió como me sentía, he hizo algo que nadie en este mundo atinó a hacer: se puso en mi lugar.

¿Igualdad o individualismo egoísta?

Publicado por Christian , lunes, 14 de junio de 2010 21:28



Un golpe bien dado, duele, penetra, te hace retorcer como cuando una bala, que se te entierra en las entrañas, intenta salir y perforar la delicada y frágil textura de la piel; pero una palabra, una actitud, una imposición causa el sosiego y el sometimiento de un frágil ser, creado por la naturaleza: la mujer. Ser macho no implica aplastar a una mujer o impedir que salga adelante, no tiene que ver con fortaleza, no tiene que ver con “destrucción”, solo significa que la naturaleza escogió que fueras hombre y no mujer.

Sin embargo, el machismo aplasta, hiere, somete, domina, no imparte justicia, no piensa en la mujer, en la hermana, en la hija ni la madre. En la madre, que nos cuidó y protegió, desde muy chicos, para que no nos pasara nada. En la madre, que alguna vez sufrió tanto por nosotros: al darnos a luz. En la madre, que no te vio como hombre o mujer, sino como parte de su carne.

Es así que el símbolo actual adoptado por la sociedad, llamado machismo, no es más que un egoísmo palpable, que siente cada niña, que llega a este mundo: al nacer. De esta forma, se cataloga a las mujeres como “el sexo débil”. La verdad, que tan débil puede ser una mujer, si carga consigo un sinfín de responsabilidades hormonales y físicas.

Para comenzar, los hombres no pueden imaginarse todas la veces en que una mujer tiene que soportar lo malestares menstruales, cada mes para ellas equivalen a cuatro días o una semana de sufrimiento, por no contar los años. No hay que olvidar, los constantes cambios de ánimo que muchas veces las deprimen y las perturban psicológicamente. Además, para entender mejor el sufrimiento, los hombres tienen que imaginar su barriga dilatándose vertiginosamente, como un popcorn que está a punto de estallar, con cada mes que pasa (durante el embarazo), tienen que imaginar cargando el peso de un bebé durante nueve meses, no poder dormir plácidamente durante casi un año, soportar los agudos e intensos dolores del parto, y, como si fuera poco, hacer todas las actividades diarias con normalidad. Sencillamente, imposible.

El machismo no es parte de las personas; es solo un pensamiento errado sobre la realidad humana. Invisible, etéreo y sutil machismo que se introduce sigilosamente en la sociedad, es decir, muchas veces, las personas no se dan cuenta de que están tomando posiciones machistas. Esto se debe, a que, desde muy chicos, se nos repite, que las mujeres son delicadas como una rosa y que los hombres son torpes y rudos como una roca. Y es claro que todo llega al mismo tema: igualdad. Muchas veces, las personas se preguntan por qué algunas cosas son mal vistas para las mujeres y bien vistas para los hombres. Por ejemplo, una mamá suele decirle a su hijo que no llore porque es varón y el papá felicita al hijo cuando tiene relaciones sexuales por primera vez. En el caso de la mujer, si llora no hay problema y si los padres se enteran que, la nena de la casa, tiene relaciones sexuales la castigan de por vida.


Por otro lado, porque menospreciar y tildar como débil a la mujer si, en realidad, la naturaleza las ha hecho capaces de soportar dolores tan intensos como los del parto. ¿Por qué decir que hay cosas que solo los hombres pueden hacer? Como, por ejemplo, jugar fútbol, jugar con carritos(cuando son niños), estar en el colegio militar, boxear, etc. Si las mujeres son igual de capaces que los hombres y tienen la misma disposición para realizar estas tareas. ¿Por qué encerrar a las mujeres en una rutinaria vida en casa llena de quehaceres y responsabilidades que un varón, también, podría ejecutar? ¿Por qué solo las mujeres tienen que dedicarse a cuidar a los hijos?, a nosotros: a los hombres.
Y ¿por qué dejar que el machismo se imponga si sabemos que indigna, obliga, denigra y no permite que los dos sexos sean iguales?

Cambio de rumbo

Publicado por Christian 20:56


Estaba muy cansada, era hora de dormir, tenía clases muy temprano y mi alarma estaba malograda. Le dije a mi papá que me despertase temprano para no llegar tarde a mis tristes clases de Neuroanálisis. Aburrida, desmejorada y cotidiana era la vida que yo vivía. La normalidad de mis acciones me hacía ver que no tenía una historia que contar, un momento inolvidable o, simplemente, un recuerdo permanente. Iba rumbo a la universidad sin un motivo, sin un sentido, con el mismo humor de siempre, con la misma ropa de siempre y con las ganas de cambiar el rumbo de las cosas. Observé un anciano acabado, con cara de despreocupación, era uno de esos viejos que parecían permanecer en el tiempo y dejar que el tiempo se los lleve. Me vi a mi misma y, entonces, decidí cambiar de camino y seguir a cualquier desconocido que pase por la calle.

Eran las 4 de la tarde, mis clases ya habían comenzado, y yo estaba en la esquina de una vieja calle, llamada Elm Street, viendo a las personas deambular. De pronto observé al que sería la víctima de mi testarudo seguimiento: un muchacho con ojeras, que al parecer intentaba dormir, pero sus ojos se resistían. Lo seguí de lejos. Perturbado, cansado y desesperado parecía el caminar de esta persona. Yo lo seguía. En un momento, el muchacho empezó a correr, se iba perder de mi vista, apenas vi donde se metió y me fui corriendo a ese lugar opaco y desconsolado: un callejón sin salida. De pronto escuché un grito ahogado, cegado por alguien, por algo, por nada. Apenas llegué, solo vi una silueta que se desvanecía ante la sombra extraña de alguien. Me apresuré a ver que pasaba, los nervios se me ponían de punta, recorría el callejón que estaba cada vez más oscuro y me asomaba cada vez más a una escena que sabía que iba a ser espeluznante. Me ganó la voluntad de cambiar mi vida cotidiana, me ganó las ganas de contar una historia, me ganó las ganas de tener un momento inolvidable y observé la peor de mis pesadillas: un cuerpo ensangrentado, crudo, cortado y con un tajo imposible de acertar; un tajo profundo, perfecto y tremendo. Un tajo que, a mi parecer, una persona humana no podría efectuar, mas un animal salvaje sí.

Debí salir corriendo, pero no sabía cómo actuar. Salí inmediatamente del callejón y busqué al primer policía que se me cruzó por el camino. Sin embargo, me agobiaba la idea de que piensen que yo era la asesina y me quedé callada. La oscuridad tapaba el bello horizonte que se había formado en el cielo: empezó a anochecer. Caminé sin rumbo durante unas horas, hasta que decidí regresar a mi casa. No había nadie. Todo parecía oscuro, deshabitado y tenebroso.

Entré a mi casa, pensando que no había nadie, y una sombra ensordecedora apareció: era mi madre con su estridente y antiquísimo celular. Me asusté espantosamente, estaba con los nervios de punta. Ella se iba de viaje, todo me parecía extraño y absurdo, ¿Por qué tenía que irse justo ahora? Tenía miedo, no quería que se vaya, pero tenía que irse y yo tenía que estar tranquila. Pasaron las horas, nadie me llamaba; mi padre, como siempre, trabajando hasta tarde y la casa era muy grande. Muy lúgubre. Todo se tornaba aburrido, no sabía que hacer, solo quería descansar y reposar mi rostro delicado sobre la almohada. De pronto, cuando ya estaba a punto de cerrar los ojos, todo se volvió oscuro, pensé que me había quedado dormida, pero la realidad era otra: se habían apagado todas las luces de mi casa, apagón total. De la nada, en la puerta de mi cuarto, apareció una silueta. Era un hombre alto y un poco fornido; con el cuerpo quemado, casi derretido; con una camiseta a rayas tan vieja como su sombrero, el cual estaba roto en algunos lados; con los ojos claros como una luna vacía y sin fondo; con las manos llenas de cuchillos ensangrentados y con una sonrisa fría y templada: era como un ser creado por mi imaginación, era simplemente como una alucinación.

No podía creerlo, esto no estaba pasando, él no puede existir, ¿Qué hace en mi cuarto?, ¿Qué hace en la realidad? Él no existe. De pronto, sonrió nuevamente y en un lapso corto de tiempo tenía sus puntiagudas manos apretándome el cuello. No podía hacer nada y me resigne a morir sin ningún reparo. Sabía que todo esto había pasado porque yo lo quise, porque yo quise cambiar de camino y ver esa muerte tan absurda como la mía. Seguía ahorcándome, hasta que decidió darme el último suspiro y antes de que me corte el cuello, mi cuerpo se levantó estremecido: me había despertado, todo era un sueño. Estaba en mi cuarto y mi padre intentando despertarme, que suerte, solo era una pesadilla, una pesadilla que jamás voy a olvidar. Me tranquilicé, respiré hondo, abrí la boca en dirección a mi papá y le dije: nunca más voy a volver a seguir a un desconocido.

Todo pudo haber sido diferente

Publicado por Christian 20:49

Acabo de despertar, hoy creo que es la última vez que la veo, no se como actuar con ella, no se si abrazarla y decirle que la amo o decirle, simplemente, adiós. Mi orgullo está dañado, mi corazón destrozado, mi vida ahora no tiene sentido, mis planes con ella se ven perturbados, simplemente amputados, como cuando arrancas una planta desde la raíz. He puesto todo de mi parte y ella nada. Ya no se que hacer. Ella se comporta tan diferente que no parece ser la misma persona que conocí: la desconozco. Sublimes, pasmosos y maravillosos recuerdos que se me vienen a la cabeza, cada vez que me acuerdo de ella, pero ahora se esfuman pesadamente como el humo que genera el hielo seco: que quiere elevarse pero permanece. Recuerdo que cuando la vi, por primera vez, supe, sin saberlo, que la amaba; supe que si la besaba jamás me iba a olvidar de ella y, aún así, me arriesgue. Cada minuto con ella fue lo mejor que me ha pasado en la vida, es como una caricia “perecedora” que ha rosado mi vida, pero al parecer esa alegría está por terminar.

Voy al lugar indicado: cerca a su casa, como siempre. Mi corazón ya no late desesperadamente, no siente, no se estremece, no logra ni siquiera latir eufóricamente, no logra palpitar desenfrenadamente, como cuando recién la conocí. Nada es como antes, como cuando se recostaba en mis brazos y veía su hermoso rostro, su admirable cuerpo, sus fastuosos ojos y sabía que me amaba. Inaudita, anormal y anónima sensación que recorría todo mi cuerpo. La amaba, pero la razón me decía que esa mujer no era para mí.

Cada vez estaba más cerca de su casa y cada paso traía consigo una pulsante inquietud. Ese latir se pronunciaba, se intensificaba, me consumía y me abatía; me hacía pensar en esa sensación que se siente cuando se sabe que las cosas van a terminar mal. No quiero. Si quiero. No quiero. Estaba confundido, no sabía como actuar con ella, no quería llegar al lugar del encuentro y terminar las cosas, pero tenía que hacerlo. Después de todo, ella estaba ahí, en el lugar esperado. Me acerqué y la miré sin remordimientos. Ella esperó a que yo dijera algo, pero no lo hice. Entonces, sus labios se dignaron a moverse y habló: me dijo que me amaba, que quería estar conmigo, que yo era todo para ella y que olvidemos todo, pero me “rayaba”.

¿Cómo me podía decir eso después de todo lo que paso? No me explicaba el por qué de su actitud y porqué actuaba así conmigo. Recuerdo que, antes de verla, me preguntaba constantemente: ¿Por qué me trata así? Como si no tuviera corazón, como si nunca me hubiera amado, como si no me conociera y como si su vida fuera mejor sin mí.

Lo más profundo de mí anhelaba a gritos decirle: Te amo. Sin embargo, recorrí con mi mirada, durante unos segundos, su rostro y decidí decirle: No, lo siento esto se terminó. Me retiré del lugar y estuve deambulando unos minutos sin pensar. Algo en mí me decía: ¡Que te pasa!, ¡Reacciona!, ¡La amas! No podía, simplemente, ignorarla, no podía, simplemente, hacer de cuenta que no existe, no podía hacerme el loco y esquivar su presencia, su mirada, su sonrisa, su persona. No podía permitir que algo tan valioso como ella se vaya de mi lado. Decidí volver y darle una oportunidad, pero lo que mis ojos vieron jamás lo podré olvidar: ella abrazada de un personaje, completamente, extraño para mí y él besando su rostro desesperadamente, intentando atinarle a sus jugosos labios. Era extraño, ella parecía triste e inconsolable. Me quedé perplejo, pero me retiré de la escena y por un momento me dije: Todo pudo haber sido diferente. Felizmente no lo fue...

Tarea pusilánime

Publicado por Christian 20:43

Fotógrafos recurseándose, turistas perdidos, bricheros decididos, ancianos quejones, niños cansados de tanto jugar, locas casi desnudas con su pomo de terokal en las manos, serenos pasando, barrenderos repasando y un personaje que no encaja en la lista se asoma — como una rata lo hace a una cocina— al monumento de San Martín: un ladrón. Cuando lo vi deambular con su polo alargado y su chaqueta en mano, estaba observando desde mi silla de ruedas a la gente pasar. Tenía una mirada cansada, suspicaz, pero demoledora, decidida a encontrar a un transeúnte despistado al cual sorprender. Sus manos eran especialmente delgadas, pero tan delgadas que cualquiera no las nota con facilidad. Su rostro era rígido y su nariz grotescamente curvada, supuse que de un golpe que alguien le había propinado para desquitarse de él. Su sombra parecía una perfecta imagen de él y no lo digo por el contorno que dibuja sino con la rapidez con la que se desplaza. Parecía novato, poco arriesgado, un poco siniestro, pero nada osado, pero me equivoqué. Al minuto de verlo, entró en acción, fichó a su víctima como águila a su presa y rápidamente bolsiqueó a una turista, que ni cuenta se dio de lo ocurrido. Increíble, audaz y poco complejo resultó ser el acto que envolvió al ladrón en una alegría pausada. Qué agilidad con las manos, qué precisión lograda, qué estilo. No podía hacer nada, mi postrada condición no me permitía agarrarlo y hacer justicia con mis manos. Me indigna, fastidia y enloquece no poder hacer nada. Pero si bien no podía capturarlo con mis manos se me ocurrió algo fantástico: sacar mi vieja cámara fotográfica, tomar un par de fotos y revelarlas a la policía local.